UNA MISIÓN DESDE LOS CONFLICTOS: RECONCILIACIÓN
Y JUSTICIA
1. RECONCILIACIÓN Y MEMORIA
África es, probablemente, donde más
se necesita la reconciliación, porque se
trata del continente en el que ha habido más
conflictos después de la II Guerra Mundial.
Y también más muertes. Si nos remontamos
a la nefasta época de la trata de esclavos,
que convirtió al hombre africano en mercancía
barata, el problema de la reconciliación
es aún más imperativo. Porque la trata
supuso no sólo el rapto de 30 millones de
personas, sino un enconamiento de las relaciones
sociales y la destrucción de un tejido social.
En ese momento, el hombre africano sufrió
un penoso calvario, todavía no reparado,
que le postró en el más bajo escalafón
humano, por decirlo de una manera suave. Al conmemorarse
recientemente, el 25 de marzo, el bicentenario de
la abolición de la esclavitud en Gran Bretaña,
el ex secretario general de la ONU, el ghanés
Kofi Annan, dijo en un discurso ante las dos cámaras
del Parlamento británico –Comunes y
Lores–:“El comercio cuya abolición
recordamos hoy fue una práctica abominable
llevada a un extremo abominable. Y hoy nos deberíamos
preguntar no sólo por qué el Reino
Unido la suprimió hace 200 años, sino
por qué se toleró durante tanto tiempo”.
Al africano no sólo se le raptó para
ser transportado al extranjero, sino que se le negó
incluso su pertenencia al género humano.
Representantes de la Ilustración, como el
barón de Montesquieu, no tuvieron ningún
reparo en justificar la esclavitud con el argumento
de que “los negros no tienen alma”.
Ni alma ni memoria. He contado en algún libro
la impresión que me causó una escultura
erigida en la carretera que une Uidah (Benín)
con la playa. La escultura se apoya en una plataforma
con placas de mármol en la que figura su
título “El árbol del olvido”.
Allí consta que fue inaugurada el 7 de febrero
de 1993 por Nicephore Soglo, entonces presidente
de Benín. Pero lo más importante es
lo que evoca. Se lee en francés: “En
este lugar se encontraba el árbol del olvido.
Los esclavos varones tenían que dar nueve
vueltas a su alrededor y las esclavas siete. Finalizado
este rito, los esclavos eran considerados amnésicos;
olvidaban completamente su pasado, sus orígenes
y su identidad cultural, para convertirse en otros
seres, sin voluntad para reaccionar o rebelarse”.
Tampoco es de extrañar que, cuando se inició
la exploración del continente, a mediados
del siglo XIX, se siguiera esgrimiendo el argumento
de la incapacidad del hombre africano para tener
una idea de Dios. Valga como muestra este informe
que envió el explorador británico
Samuel Baker en 1866 a la Sociedad Etnológica
de Londres: “Todos estos pueblos, sin excepción
alguna, carecen de fe en un ser supremo, así
como de toda forma de adoración o de idolatría.
Las tinieblas de su mente no están iluminadas
ni siquiera por un rayo de superstición.
Su inteligencia está tan estancada como las
innumerables ciénagas que pueblan su mísero
mundo”. Los pueblos a los que se refería
Baker eran las tribus nilóticas en torno
al Nilo Blanco, en el Sur de Sudán; pero
se tenía el mismo concepto de otros pueblos
negroafricanos. (Cfr. Los gumuz ante la encrucijada
religiosa. Mundo Negro, mayo 2007.)
La verdad es que en todos los pueblos africanos
existe la creencia en un Dios supremo, creador del
mundo y de todos los seres vivos. Pero convenía
a los propósitos de los exploradores y de
los conquistadores dar esta imagen del hombre africano;
de alguna manera, se pretendía justificar
el dominio con el falso argumento de una civilización
superior. En el fondo, es la misma filosofía
que sustentaría el apartheid en Sudáfrica,
hasta que fue anulado en febrero de 1990.
Hablé antes de Uidah. En la costa de Benín
hay un monumento llamado “La puerta del no
retorno”. Existe también una “Puerta
del no Retorno” en la Casa de los Esclavos
de Gorée, la isla senegalesa donde fueron
embarcados decenas de miles de esclavos en barcos
negreros con rumbo a América. Esta Casa sigue
intacta, con sus paredes color marrón, que
evocan dolor y sangre.
Uno de los momentos más emotivos de las distintos
actos organizados en Dakar por los obispos participantes
en el Simposio de las Conferencias Episcopales de
África y Madagascar (SCEAM), en octubre de
2003, tuvo lugar en esta isla. Los participantes
en la Asamblea del SCEAM quisieron estar en Gorée
para “purificar la memoria”. Los obispos
invitaron a todos los africanos a confesar la parte
de culpa que tuvieron en este drama. El llamado
“Mensaje de Gorée” leído
por el entonces presidente del SCEAM, el congoleño
Mons. Laurent Monsengwo, se titula exactamente “Purificación
de la memoria: Por una humanidad nueva”. Después
de recordar las palabras de Juan Pablo II, que habló
de Gorée como “santuario del dolor
negro” y “pecado del hombre contra el
hombre y del hombre contra Dios”, Mons. Monsengwo
señaló: “La confesión
es una gracia y un punto de partida para una nueva
vida y de purificación de la memoria. Por
eso, hemos confesado aquí a todos, en vuestro
nombre, que la esclavitud y la trata negrera han
supuesto un crimen contra la humanidad y una herida
en el corazón de Dios nuestro Padre. Invitamos
a confesar personalmente la parte de culpa que tenemos
en este drama, a convertirnos y a comprometernos
en una humanidad nueva”.
Los obispos subrayaron que “el pecado contra
el hombre negro no está sólo en el
pasado. Es también actual. Seguimos perpetrándolo
bajo otras formas y en varios campos: vendiendo
y comprando a nuestros hermanos y hermanas, manteniendo
el odio y la voluntad de revancha, asumiendo la
mentalidad de fracaso y de impotencia, el complejo
de inferioridad del hombre negro. Condenamos y os
invitamos, sobre todo a los dirigentes de nuestros
países, a condenar las nuevas formas de la
trata y de esclavitud, que son la deportación
de nuestras hijas para la prostitución, el
llamado turismo sexual, el comercio de niños,
el reclutamiento forzoso de nuestros niños
y adolescentes en las guerras fratricidas, neocoloniales
y de pillaje de las riquezas del subsuelo africano.
Igualmente, condenamos e invitamos a condenar toda
forma de exclusión etnicista, tribalista
y regionalista que mina peligrosamente a nuestras
sociedades”.
No era el propósito de los obispos condenar
a los grandes beneficiarios de la trata de esclavos,
ni de quienes siguen explotando hoy, desde fuera,
las riquezas africanas. El mensaje iba dirigido
a los propios africanos, que capturaron materialmente
a los esclavos, y a los dirigentes actuales que
usan para su propio beneficio los recursos que son
de todos los ciudadanos.
2. PERDÓN Y RECONCILIACIÓN, SEGÚN
LA TRADICIÓN AFRICANA
Recuperar la memoria y pedir perdón son dos
pasos previos para la reconciliación. En
África un acto violento cometido por alguien
no sólo le afecta a él, sino a toda
la comunidad a la que pertenece. (Los baluba, según
el P. Placide Tempels, hablan de que hay que “lavar
el poblado”, para reparar alguna acción
dañina para sus pobladores. (Cfr. Philosophie
bantoue .) De ahí la necesidad de la reparación
y de la reconciliación. Los acholi de Uganda,
por ejemplo, realizan una serie de ritos para eliminar
las infracciones graves, sean antisociales, destructivas
o de desobediencia. El misionero comboniano burgalés
Daniel Cerezo, que trabajó varios años
en el norte de Uganda, ha estudiado este fenómeno,
que conlleva siempre una acción reparadora
a través de diversos sacrificios rituales.
“El sacrificio de propiciación –dice
el P. Cerezo– tiene la finalidad de reparar
la ofensa, restaurar las relaciones sociales en
la comunidad y alejar las consecuencias negativas
que todo agravio acarrea cuando la sociedad así
lo juzga”. Uno de los elementos fundamentales
de esta reparación consiste en compartir
la comida y la bebida, que es “la prueba más
palpable de la reconciliación entre bandos,
clanes y personas que antes estaban enemistadas”.
(Cfr. Los acholi en Uganda; pecado y reconciliación.
Mundo Negro, marzo 1986. )
Más impresionante es aún el rito de
reconciliación entre los luo, también
de Uganda, analizado, asimismo, por el P. Daniel
Cerezo. (Cfr. Rito de reconciliación entre
los luo. Mundo Negro, abril, 1987. ) Se llama Mato
oput. Se trata de un rito de reconciliación
o de la bebida que realizan los luo para sellar
la paz entre dos clanes enemistados a consecuencia
de algún homicidio. Lo esencial de este rito,
llamado “precio de sangre”, es la búsqueda
de la paz y de la reconciliación. Cuenta
el P. Cerezo que, después de acordar un día
para la reunión, “hablan los familiares
del asesino y muestran públicamente su desaprobación
por lo acaecido y su sentimiento y petición
de perdón. El clan del difunto, a través
de un representante, reconoce y acepta en tono dolorido
los buenos deseos y muestra su conformidad en que
desde aquel momento no habrá más odios
y divisiones entre los dos clanes”. Es una
manera de sellar la paz, evitar la venganza y estar
a bien con los antepasados.
Estas formas tradicionales de resolver conflictos
se han venido realizando, de forma más o
menos similar, en muchos otros pueblos africanos.
Los ancianos intervienen como jueces de paz. No
hubiera estado desacertado incluir algunas de estas
fórmulas en los modernos códigos,
copiados casi literalmente de la justicia occidental,
tan laica y desactivada de toda referencia religiosa.
Hay que tener en cuenta – como señalé
antes– que lo religioso, en su sentido más
primigenio de ligazón entre el hombre y el
Ser supremo, ha formado siempre parte del ser africano;
es tan consustancial a él como el ritmo.
Toda la cosmogonía africana está impregnada
de trascendencia, de vinculación entre el
ser finito y el infinito, creador del universo y
de todo lo que vive en él.
En las religiones tradicionales africanas a Dios
se le nombra, pero no se le invoca con amor filial.
Se fue de este mundo para siempre, debido a la maldad
del hombre, y se mantiene al margen de los avatares
humanos. El hombre y la mujer se las tienen que
apañar sin él y pactar con los espíritus,
que pululan por doquier. Son ellos los que inquietan
y perturban y es con ellos con los que hay que congraciarse
para poder sobrevivir sin angustias y sin miedos
perturbadores de la estabilidad individual, familiar
y clánica.
Es precisamente aquí donde entra la actividad
del misionero, que anuncia la realidad de un Dios
Padre misericordioso, que ha perdonado al ser humano
y lo ama por encima de todo, incluso a pesar de
haber matado a su propio Hijo.
3. RECONCILIACIÓN EN LA FAMILIA
Cuenta André Gide en su libro Viaje al Congo
que un leproso fue expulsado de su pueblo de Forumbala,
en la República Centroafricana. Y subraya
en una nota: “Según parece, no era
tanto porque era leproso sino porque llevaba mala
suerte al poblado”. Esto sucedía en
1927. Actualmente, está ocurriendo algo similar
con los enfermos de sida y con los considerados
poseídos o brujos. En el año 1996
conocí en Kinshasa, capital del entonces
Zaire, a una niña de 14 años llamada
Mtunda. La había acogido en su casa la Hna.
Isabel Correig. Más que una casa era un centro
llamado Ekolo ya bondeko (Pueblo de la Fraternidad).
Mtunda vivía con la Hna. Isabel año
y medio desde primeros de 1995. La llevaron al centro
unos vecinos porque la encontraron en la calle.
¿Por qué estaba en la calle? Porque
su familia la había echado de casa por considerarla
ndoki , es decir, bruja.
Me comentó la Hna. Isabel:“Mtunda tiene
todavía miedo a todo lo relacionado con los
espíritus, a la magia, a la brujería.
Pero está cambiando poco a poco. Al principio,
cuando entraba en la capilla no hacía más
que llorar. Después empezó a hablar.
Decía: “Señor, sé que
existes; quiero empezar una nueva vida, no sé
cómo, pero aquí estoy. Nunca había
pensado poder llegar a un sitio donde me acogieran,
ni poder entrar en una iglesia, pero yo no quiero
llegar a hacer nunca más lo que he hecho
de malo. Ayúdame”. Poco a poco la oración
se fue convirtiendo en un: “Perdona a mi familia
todo el mal que me ha hecho”. Hasta que llegó
un momento en que dijo que quería bautizarse;
la preparamos, y ahora está evolucionando
magníficamente”.
El siguiente paso, la reconciliación con
la familia, resulta –según la Hna.
Correig– mucho más difícil.
Cuando una chica que tiene sida está internada
en un hospital y se encuentra sola, va a visitarla
algún miembro Ekolo ya bondeko . Poco después,
va a hablar con su familia. Indagan por qué
la han abandonado. Los familiares, avergonzados,
le han dicho: “No te queremos ver nunca, ni
muerta”. Es una maldición terrible
en África. De todos modos, el destino final
de estas chicas es su familia.
Otro caso de reconciliación difícil
es el de las viudas. En la parroquia Saint Baga,
en Kimbanseke –a las afueras de Kinshasa–
conocí la asociación Mujeres Solas
con Jesús, dirigida por mamá Rosa,
viuda como todas las que integran el movimiento.
Su finalidad es atender a las viudas. Cuando una
mujer enviuda, mamá Rosa o alguna de las
mujeres del movimiento va a verla y a protegerla
de las acusaciones y de las torturas a que la someten
los familiares del marido difunto. A veces acusan
a la mujer de hechicería, la recluyen en
casa durante varios meses, no le permiten ni siquiera
ir a buscar agua... Está considerada impura
a todos los efectos, por haber tenido contacto con
la muerte.
4. RECONCILIACIÓN POLÍTICA: CARA Y
CRUZ
En África ha habido a lo largo de la historia
independiente muchos, demasiados conflictos, casi
siempre azuzados por los intereses de las grandes
potencias. A la mayoría de ellos se les ha
colgado el sambenito de luchas tribales, porque
de esa manera se responsabilizaba de ellos exclusivamente
a los propios africanos, a su incapacidad de gobernarse
y a su barbarie congénita. Es probable que
haya habido un sustrato étnico en algunos
conflictos. También se ha basado en ocasiones
el gobierno en la etnia y hasta en el clan, como
sucede en Guinea Ecuatorial. Se podría hablar
extensamente de las razones que hay detrás
de estas formas de gobernar, para asegurarse la
fidelidad en los aledaños del poder, ya que
en África no han cuajado las ideologías
tal y como las conocemos en Occidente. Observó
Emmanuel Mounier durante un viaje a África,
a mediados de los años cuarenta:“Se
está aquí más cerca de la fidelidad
feudal que de las perspectivas occidentales modernas...
Abdoulaye se entrega a la persona de Lamine-Gueye
o de Houphouët”. (Cfr. El despertar del
África negra. )
Repito, ha habido excesivos conflictos en África.
Y algunas guerras civiles atroces. Voy a referirme
a dos, en Nigeria y en Ruanda, porque son ejemplos
de cómo se realiza o no la reconciliación.
En Nigeria estalló la guerra civil después
de que el coronel Odumegwu Ojukwu proclamara la
República de Biafra el 30 de mayo de 1967.
La guerra duró casi tres años y causó
un millón de muertos. Dos cifras que nos
remiten a lo que sucedió en España
entre julio de 1936 y abril de 1939. Con una diferencia
notable. A los pocos años en Nigeria se habían
cicatrizado todas las heridas entre los ibos y el
gobierno central, presidido por Yakubu Gowon. Tanto
es así que el dirigente rebelde Ojukwu se
presentó como candidato a las elecciones
presidenciales nigerianas, el pasado 21 de abril,
por el partido Gran Alianza de Todos los Progresistas.
¿Qué está pasando en España
después de 68 años de acabada la guerra
civil? ¿Podemos decir honestamente que se
ha conseguido la reconciliación y el perdón?
¿No estamos asistiendo más bien a
un peligroso revisionismo histórico, que
se sustenta en el rencor?
Como antítesis de lo sucedido en Nigeria
está el caso de Ruanda. Este país
padeció entre abril y julio de 1994 una guerra
civil, que provocó lo que se ha llamado genocidio
ruandés. Se azuzó el odio entre tutsis
y hutus hasta el paroxismo. Una vez conquistado
el poder por el Frente Patriótico Ruandés
del tutsi Paul Kagame, en Ruanda se instaló
un régimen basado en el genocidio. Hay incluso
documentos en la ONU en los que se implica directamente
en su preparación a Kagame. Desde luego,
Kagame nunca hubiera conseguido el poder en unas
elecciones democráticas. La única
posibilidad era que sucediera lo que ocurrió
después de producirse el asesinato de los
presidentes de Ruanda y de Burundi –los dos
eran hutus–, el 6 de abril de 1994. Este doble
magnicidio fue el desencadenante del genocidio,
según ha demostrado el juez francés
Jean-Louis Bruguière
Cuando se pusieron en marcha los gacaca , en noviembre
de 2006, se presentaron como una alternativa a la
comisión Verdad y Reconciliación de
Sudáfrica. Sin embargo, en los casi dos años
que llevan funcionando los gacaca se ha demostrado
que se trata de unos tribunales populares sin mínimas
garantías, para mantener vivo el genocidio,
demonizar a los hutus y aplastar cualquier síntoma
de disidencia. Nada que ver con unos instrumentos
tradicionales de reconciliación y de concordia,
sino de venganza y aniquilamiento psicológico.
En realidad, Paul Kagame no ha querido poner en
marcha un proceso de reconciliación, sino
una maquinaria para dominar a la mayoría
hutu. Pero no sólo ha querido dominarla,
sino aplastarla y marcarla con el desdén
y la ignominia. Por eso, Kagame ha tejido un sistema
de gobierno en el que conviven el victimismo y la
represión más refinada. Cualquier
persona que ponga en tela de juicio el sistema o
critique algún aspecto del régimen
es perseguida y arrestada. En Ruanda se ha urdido,
además, un lenguaje próximo al nazismo,
cuyas palabras más recurrentes son interhamwe
(los que matan juntos; en alusión a los hutus),
divisionismo, ibuka (literalmente, acuérdate),
genocidas, ingando (centros de reeducación
y formación ideológica).
Es obvio que no todos los hutus participaron en
el genocidio, ni formaron parte de las milicias
interhamwe, pero al poder le interesa marcarlos
con estos estigmas, para convertirlos en ciudadanos
de segunda categoría. (Los hutus emplearon
la palabra inyenzi –cucarachas– para
designar a los tutsis y así justificar su
muerte sin el menor escrúpulo, porque, después
de todo, estaban exterminando a insectos repulsivos.)
Lo que está haciendo ahora el Gobierno ruandés
es también una estratagema para desposeer
a los hutus de sus bienes –tierras y ganado–
y entregarlos a los tutsis que llegaron de Uganda,
que son los auténticos dueños del
país. Éstos han creado una casta privilegiada,
similar a la llamada akazu (la corte) en la época
de Habyarimana. De este modo, se desatan venganzas,
envidias y odios interétnicos, que harán
mucho más difícil la reconciliación
en el futuro. Difícil, pero no imposible,
porque, como dijo el P. André Sibomana “es
posible la esperanza”. Y lo dijo una persona
que fue dejado morir por el régimen de Paul
Kagame, pero que también había sido
perseguido por Habyarimana, porque, como sacerdote
y periodista, había hecho un pacto inquebrantable
con la verdad y con la justicia.
No cabe duda de que actualmente el régimen
de Ruanda goza de cierto prestigio internacional,
alimentado por un poderoso lobby mediático
y de influencia en las altas esferas de las finanzas
occidentales. A mi modo de ver, este interés
por Ruanda, un país minúsculo y con
escasos recursos naturales, tiene mucho que ver
con su país vecino, el riquísimo Congo.
5. EL BUEN EJEMPLO DE SUDÁFRICA
Si ha habido en África un país con
ciudadanos discriminados por el hecho de ser negros
es Sudáfrica. La elaboración de las
leyes del apartheid ha sido una de las mayores maldades
imaginadas por una mente humana. La misma Iglesia
Reformada Holandesa de Sudáfrica justificó
esta perversión legal, apelando a la maldición
de Cam. Como es sabido, los boer se creyeron llamados
a preservar la diversidad de pueblos establecida
por Dios en lo que denominaron el ‘orden de
la creación'. «El apartheid se mostraba
así acorde con la ley divina; sirvió
de justificación religiosa para la implantación
de leyes que institucionalizaron la discriminación
racial en todos los ámbitos de la existencia,
incluidas las Iglesias, que terminaron por dividirse
racialmente. D. F. Malan, el ministro de la Iglesia
Reformada Holandesa que condujo a la victoria al
Partido Nacional en 1948, llegaría a afirmar
que todo ello ‘no es una obra del hombre,
sino una creación de Dios'».
Esta observación de la teóloga española
Carmen Márquez Beunza, profesora de Teología
Sistemática en la Universidad de Comillas,
pone el dedo en la llaga de la perversión
racista sudafricana. Señala también
que en el nuevo contexto histórico “Sudáfrica
ha despertado a una nueva comprensión de
Dios, a quien ahora descubren como aquel que les
llama a la reconciliación, que les empuja
a hacer realidad aquella hermosa imagen que un día
formulara Desmond Tutu, la ‘nación
del arco iris', un lugar donde la diferencia pueda
coexistir en armonía, donde la diversidad
pueda ser celebrada porque todo proviene de la palabra
creadora de Dios”.
Desmond Tutu presidió la comisión
Verdad y Reconciliación. Alude Márquez
Beunza a la importancia del Ubuntu, que ha posibilitado
ir más allá de un concepto retributivo
de justicia, para buscar una justicia restaurativa,
en la que lo central no es tanto la retribución
o el castigo cuanto restaurar las relaciones rotas,
alcanzar la curación, el perdón y
la reconciliación. Desmond Tutu, según
Márquez Beunza, ha dado una de las definiciones
más conocidas de Ubuntu: «Cuando dices
a alguien: “Tienes Ubuntu”, eres generoso,
hospitalario y compasivo. Compartes lo que tienes.
Es como decir “mi humanidad está inexorablemente
vinculada a la tuya” (...) Decimos “una
persona es persona a través de los otros”.
No decimos “pienso luego existo”, sino
“soy porque pertenezco, porque participo,
porque comparto”». Es algo similar a
lo que había formulado el teólogo
protestante Karl Barth, “Cogitor, ergo sum
(soy pensado, luego existo), superando el idealismo
cartesiano del “cogito ergo sum”.
Pero hay mucho más. Según el multimillonario
sudafricano Mark Shuttleworth –el segundo
turista espacial en la nave Soyuz, el 22 de abril
de 2002–, Ubuntu significaría “humanidad
para con los demás” y sobre todo “yo
soy lo que soy porque todos lo somos”... Es
decir, el significado profundo de Ubuntu es que
no puedes pensar que posees algo de un modo efectivo
hasta que no está garantizado como posibilidad
para todos y cada uno. Leída esta interpretación
en la clave de la lógica de la abundancia,
Ubuntu sólo es posible cuando se rechaza
todo lo que genera escasez artificial.
Ubuntu, como principio ético, ha sido asumido
también por los defensores del software libre
y por los críticos del régimen actual
de propiedad intelectual. Mark Shuttleworth impulsó
y financió la puesta en marcha de Ubuntu
Linux, una distribución libre del sistema
operativo basada en los principios del Manifiesto
Ubuntu, según el cual el software debería
ser gratuito, las herramientas deberían poder
usarse por cada cual en su lengua materna e independientemente
de cualquier discapacidad, debiendo tener, además,
libertad para personalizar y modificar los programas
del modo que más les convenga.
Esto demuestra que existe en África un concepto
válido para establecer y acrecentar las relaciones
interpersonales, intercomunitarias y hasta internacionales,
basadas no el lucro ni en el interés de unos
pocos, sino para disfrute y uso de quien lo desee.
Sería el equivalente a los genéricos
de los medicamentos y la antítesis del negocio
de las patentes.
6. NUEVOS RETOS: LIBERACIÓN Y JUSTICIA
Al misionero que trabaja hoy en África se
le exige conocer estas nuevas realidades. Afanado
muchas veces en resolver las perentorias necesidades
materiales de cada día, puede caer en la
tentación de ser una especie de ONG con motivaciones
más espirituales. Es lo que esperan de ellos
la gran mayoría de los obispos africanos,
porque ser blanco en África sigue significando
tener mucho dinero o tener contactos para conseguirlo.
Sin embargo, el misionero está hoy llamado
a despertar, al lado de la Iglesia africana, lo
que el teólogo Jean-Marc Ela llama “la
conciencia de una sociedad sin conciencia”.
Los retos son tantos y tan amplios como los problemas
que aquejan a millones de africanos: la atención
a desplazados y refugiados, a niños huérfanos
–generalmente a causa del sida–, a los
desposeídos que pululan en las periferias
de las grandes urbes, a los oprimidos por regímenes
despóticos, a pesar de la apariencia democrática.
En algunos países africanos estamos asistiendo
a una fractura cada vez más honda entre una
minoría política, escandalosamente
rica, y una mayoría marginada y cada vez
más empobrecida. Hay en África países
inmensamente ricos, porque poseen importantes materias
primas e hidrocarburos; pero que siguen sumidos
en la pobreza, debido a una corrupción galopante.
Es aquí donde la Iglesia africana tiene que
alzar su voz profética, apoyada sin fisuras
por los misioneros. Jean-Marc Ela lo dice muy claro:
“Para evitar reducir la acción de la
Iglesia a algunas declaraciones piadosas de los
pastores en un clima pestilente en el que nadie
escapa a la violencia, hay que generar comunidades
de fe que anuncien la esperanza mesiánica
de los pobres en una sociedad en la que pesa la
angustia de la represión y de la regresión...
La fe que habla al africano actual es aquella que
lo reúne en todos los movimientos de rechazo
de la injusticia y de la opresión, por medio
de los actos concretos en los que se compromete
para llevar a cabo la reconquista y la posesión
de su propio ser... El Evangelio debe ser vivido
como un fermento de liberación y un mensaje
de desalineación del hombre en Jesucristo”.
(El grito del hombre africano ).
Es un hecho alarmante que hoy millones de africanos
padecen la exclusión y el abandono por parte
de sus dirigentes. Se han creado Estados pluripartidistas,
pero no se han adoptado actitudes verdaderamente
democráticas, que implican el respeto a los
derechos humanos, el buen gobierno y la honradez.
El ejercicio despótico del poder, el nepotismo
y la patrimonialización del Estado siguen
excluyendo a la mayoría de los ciudadanos
de los beneficios de la independencia. Muere demasiada
gente en África, debido al hambre, a la desnutrición
y a las pandemias del sida y de la malaria; hay
un elevado índice de analfabetismo, sobre
todo entre las mujeres; los jóvenes no encuentran
trabajo y se ven forzados a emigrar a las grandes
ciudades y después a Europa, al precio que
sea.
Es aquí, creo yo, donde la Iglesia africana
y los misioneros tienen un reto que no admite demoras.
Quizá deban trabajar más agentes pastorales
en estas nuevas situaciones, aunque haya que relegar
en parte la clásica tríada de misión,
dispensario y escuela. Es decir, dar el salto del
campo a la ciudad, donde hoy se juega el futuro
de África.
Gerardo González Calvo
Laico, actualmente es el Redactor-Jefe de Mundo
Negro.
La reflexión fue presentada en la 60ª
Semana Española de Misionología de
Burgos, julio de 2007.
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